Si observamos atentamente, vemos que toda acción, todo pensamiento surge de la quietud. Y si seguimos observando, podemos ver que todo aquello que ha surgido de la quietud, vuelve a la quietud.
La vida no deja de ser el tránsito entre un silencio y otro. Pero en este tránsito el silencio o la quietud no se ausenta. Se expresa de forma dinámica en cada una de nuestras acciones.
Tenemos una concepción del silencio como ausencia de sonido y la quietud como ausencia de movimiento.
Para aunar conceptos, voy a llamar quietud al silencio y viceversa. Para mí es lo mismo.
Volviendo al principio. Se necesita un silencio para que pueda surgir un sonido. La base de todo es el silencio que siempre está presente. No hay nada que se tenga que ir a buscar o descubrir. Ya está aquí, en este preciso instante. Es por ello que para darnos cuenta del silencio, parar es muy eficaz. ¿Podéis ver la relación directa entre silencio y quietud?
El silencio es natural en nuestra existencia como seres y como humanos. Le hemos dado un sentido intelectual e incluso dogmático. Hemos creado miles de formas para contactar con él. Y aunque lo buscamos, al mismo tiempo nos causa respeto. Nuestra mente quiere estar segura de que va a perdurar que va a continuar funcionando. La mente está directamente relacionada con el cuerpo. Y el cuerpo, siempre en estado presente, quiere seguir viviendo. El cuerpo tiene un instinto propio de supervivencia. La mente forma parte de esta supervivencia. Si se corta el suministro de interacción con el mental se entra en un espacio desconocido y ello crea una sensación de inseguridad no muy cómoda para el conjunto cuerpo/mente.
Como ya he comentado en otras ocasiones la mente no es nuestra enemiga, no es nada con lo que tengamos que luchar. Al contrario. La podemos acoger y escuchar. La mente nos es muy útil en este mundo funcional en el que construimos y creamos estructuras. Es una gran aliada. Solo que a veces se asusta y busca respuestas entrando en bucles que se entrelazan unos con otros. Es como el niño que tiene una imaginación tan potente que se deja llevar por ella y pierde la referencia de dónde está y qué está haciendo y si por ellos no sabe volver, necesita un toque de atención que le dé una referencia.
Este espacio desconocido es un espacio de quietud, de silencio y que para muchos puede ser incómodo al no haber nada a que cogernos. Desde el mental vamos a buscar conceptos que convertimos en objetos para podernos agarrar.
Y justamente, podemos usar este mecanismo para ayudarnos entrar en este “espacio” de forma más cómoda.
Este plano en el que vivimos lo experimentamos a través del cuerpo/mente. Podemos usar las sensaciones corporales como anclaje para la mente. Y ello le será coherente. Aquello que surge de la mente, también se representa de una u otra forma en el cuerpo. El cuerpo no discrimina nada. La mente tiende a distinguir entre una u otra sensación.
Vamos a ver cómo explicó sencillamente este “concepto”
El cuerpo y la mente no son los que se dan cuenta de lo que sucede.
El que se da cuenta “Soy Yo”.
“Yo” está siempre presente.
“Yo” está siempre presente mientras haya un cuerpo/mente.
Es un “yo” no identificado.
No necesita de ningún concepto ni concreción explicativa para Ser.
No está sujeto a emociones ni formas de pensamiento.
Digamos que es el centro del centro.
Mientras existimos en este cuerpo/mente habrá un “YO”.
Más allá del “YO” no hay nada y al mismo tiempo es el espacio de donde surge todo.
Como organismo Cuerpo/mente, no hay nada que suceda fuera de él.
Todo es experimentado en nuestro interior por muy real que sea el exterior.
Todo es percibido por los sentidos. Y la mente lo interpreta en función del mapa interno en el que se mueve.
Hasta aquí todo sucede de forma natural y en interacción con otros organismos y el movimiento global de esto que llamamos universo.
Quién se da cuenta de todo este movimiento es este “YO” no identificado al que podemos llamar Consciencia primordial.
En el momento que me doy cuenta, muchos de los patrones inconscientes que se han establecido como bucles y nos impiden avanzar en nuestro proceso de vida, se disuelven. Sin hacer nada más.
Y dicho lo escrito. Todo esto es totalmente conceptual. Lo podemos entender. Solo se puede experimentar cuando soltamos todo concepto. Y para ello entramos en el silencio sentido sin alimentar la construcción que va surgiendo del mental.
La mente va a seguir construyendo. No hay nada que hacer más que acoger todo lo que surge y dejar que se disuelva en su propia naturaleza que es el silencio.
Las emociones también son construcciones mentales con un impulso sensorial muy amplio. Cuanta más fuerza se le da al diálogo mental más fuerte es la sensación emocional. Cuanta más fuerza se le da a la forma y a la identificación a ella, más fuerte es la emoción. La emoción no es ni buena ni mala ni nada que se le parezca. Es el vínculo natural que nos conecta como individuos con nuestro entorno. (Este párrafo es aclaratorio. Ya lo desarrollaré en otro artículo).
Todo esto para explicar algo que no se puede explicar. El silencio y la quietud. Solo se puede experimentar. Y para ello no es necesario tener conocimiento espiritual alguno ni filosófico. Forma parte de nosotros. Está en nosotros. Simplemente parar y no hacer nada más que contemplar y acoger todo aquello que surja sin buscar una interpretación, sin buscar solución alguna ni voluntad de conseguir nada.
Y para ello usamos este cuerpo/mente que el universo, la nada, el creador o Dios, como queramos decirlo, nos ha dado.
Por unos instantes nos damos cuenta para luego seguir con nuestros quehaceres diarios. Cada vez que me doy cuenta, empiezo mi actividad en otra posición mental. Por lo que voy a tener otra experiencia de vida más allá de las inercias que nos arrastran.
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